El desierto: un tiempo de intimidad con Dios

Deuteronomio 8:2 (VRV 1960)“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos 40 años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”




Jehová sacó de tierra de esclavitud a Israel con mano poderosa. Pero una vez liberados del yugo de Egipto, Dios atrajo a su pueblo hacia el desierto.

La palabra “desierto” significa “abandono”. El desierto es sinónimo de soledad, sequía, peligro, vacío, silencio, aflicción, escasez. Es un lugar árido y sin vida, difícil de transitar, con temperaturas y condiciones extremas. En la biblia, el desierto es un lugar simbólico. Los grandes acontecimientos importantes de la historia bíblica, sucedieron o comenzaron en un desierto.

El desierto por el cual Israel estuvo vagando durante 40 años, sin duda fue por un propósito divino. Durante ese lapso, Dios estuvo tratando con su pueblo, cambiando viejos hábitos de esclavos, y los estuvo preparando para entrar a la tierra prometida. Los enseñó a depender únicamente de Él y a confiar en su palabra.

Tal como sucede con un atleta en una prueba de resistencia, donde se lleva a su organismo a ese punto cercano a la fatiga, se evalúa su verdadera capacidad física y se exponen sus debilidades, así mismo Dios nos lleva a desierto para saber lo que hay en nuestro corazón, para saber si somos sinceros, para conocer nuestros pensamientos y saber si deseamos confiar en Él y obedecerle.

Pero una característica de este tipo de pruebas, es que jamás se pone en riesgo la salud de atleta, pues ésta es una prioridad. Y al igual que Dios lo hace con nosotros, pues Él no nos pone pruebas más grandes de las que no podamos soportar (1 Cor 10:13)

Dios nos lleva al desierto con el propósito de probarnos, pero también con el propósito de enseñarnos y enamorarnos.

Algunos comentaristas consideran los 40 años de Israel en el desierto como “la luna de miel con Dios”, ya que no hubo un tiempo de mayor intimidad de Dios con su pueblo que en este momento, pues ellos aprendieron a depender total y completamente de Dios.

“Sin embargo, volveré a cortejarla, la llevaré al desierto, y ahí me ganaré su corazón”.

(Oseas 2:14)

A veces, Dios nos atrae al desierto para tener un tiempo a solas con nosotros y hablarnos tiernamente a nuestro oído y conquistar nuestro corazón. Él desea volver a conquistarnos, desea cortejarnos y enamorarnos nuevamente de Él.

Pero para esto, es necesario que Dios nos lleve al desierto. Dios va a despojarnos de todo el ruido de la ciudad, de las riquezas, de las cosas vanas, de la felicidad falsa, de nuestro orgullo, de las cosas en las que encontrábamos seguridad, consuelo y fortaleza. Y nos llevará a ese momento de desnudez, de fragilidad, de hambre y vulnerabilidad, con el propósito de que al vernos perdidos, clamemos a Él y reconozcamos que solos y con nuestras propias fuerzas, no podemos. Que estamos mejor con Él y que únicamente lo necesitamos a Él para vivir.

El desierto por el cual Israel pasó los últimos 40 años era la antesala de la tierra prometida

“…te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua… afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien;” (Dt 8:15-16)


Tu desierto es una preparación inmediata para entrar a la tierra prometida, un tiempo de intimidad con Dios, en el cual puedes hablar a solas con Él y tener un tiempo con Dios fuera del ruido. Un tiempo para tener mayor claridad y continuar con tu camino y tu ministerio.

El desierto no es un valle de problemas como un callejón sin salida, sino una puerta hacia un lugar de prosperidad y restauración. Es un tiempo de intimidad con Dios.

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